domingo, 8 de julio de 2018

Delirios De Un Potrero Argentino

"Marcelo"
Escuché su voz y entré a la sala.
Allí estaba él, tendido en una cama de hospital. Su estado era deplorable.
Sentí que debía callar.
El sonido de su voz minaba mi corazón. Sin embargo, lo escuché.
"Es lindo tenerte aquí. Te agradezco de corazón porque leíste mi carta, siendo demasiados los ingratos que no dudaron en quemarla.
¿Te acuerdas de Pitu, ese gordito bonachón con dos pies izquierdos al que siempre mandaban al arco? Él me trajo sus guantes, esos que tantas alegrías te dieron. También algunos disgustos, lo sé.
Seguro que no puedes olvidar ese asado que te esperaba todos los domingos a la noche después de mis abrazos. O ese festejo entre copas y risas cuando tu equipo ganó el torneo de la región.
Torneo Futbolito, todavía lo recuerdo. Fue hace tanto tiempo...
Yo fui el que inventó el "gol, gana" para darte una ilusión. No fue obra de magia ni de la suerte.
Hablemos en serio. Como la expresión en tu rostro cuando el rival de toda la vida ganaba por un tanto y hacía tiempo de manera vil y cobarde.
No reprimas tus lágrimas; no seas orgulloso. No es la primera vez que lo haces. O te olvidas del partido contra tus tíos? ¿O cuando pensabas nunca volver a pisarme, después de la lesión que sufriste en tu rodilla?
Conmigo viviste los mejores momentos de la infancia y, creo, de tu vida. Sobre mí se dibujaron las historias que marcaron huella y que te convierten en mi compañero de febril delirio.
Tengo que contarte algo, Marcelo. Verme así hace que toda palabra sobre.
Mientras hablo contigo me desangro. Como las charlas tácticas de encanecidos hombres en el café; como las citas a ciegas; como el eterno matrimonio.
Estoy condenado a morir.
Fueron muchos los asesinos que clavaron su impío puñal sobre mi. Tú eres uno de ellos.
No te asustes. Fuiste un verdugo ciego. Tu trabajo y las obligaciones en tu vida vendaron tus ojos.
Cuando yo muera espero vivir. Espero que me recuerdes con lágrimas de orgullo y que no te avergüences de mi. Cada vez que me nombres seré ave fénix que renace. Puedes hacer que tus nietos me vean, reflejado bajo tu dicha al sentirme contigo.
¿Nunca me viste llorar? Te diré la razón.
Yo era feliz. Cada vez que ustedes venían a jugar, me daban una razón para estar vivo.
Deja que lo haga ahora. Permite que derrame lágrimas de alegría por este reencuentro.
Te saludo por última vez, yo que acuné sin preferencia tanto a los grandes maestros de la redonda como a Pitu.
No dejes que mi nombre se extinga".
Un profundo suspiro marcó el fin de una agonía suplicante.
El Potrero Argentino yacía ante mi, inerte y bello como cuando lo había conocido, hace ya muchos años.
Jamás apagaré el fuego de su recuerdo.

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