sábado, 11 de abril de 2020

Anatomía De Una Guerra Desarmada

Creíamos estar en las antípodas de lo que ahora nos está sucediendo. Dejamos con inocencia que la risa y el desinterés rellenaran nuestro telar defensivo.

No vimos el desfilar de su ejército hasta que un puñado de síntomas en brote nos alertó de su presencia.

Sin embargo, y aunque nuestro mundo sea el anfitrión, no es tarde para unirnos a la fiesta.

Llegó la hora de enfrentarnos al enemigo. Un rival invisible que exige un cambio de estrategia. Elegimos una guerra sin armas, pero llena de soldados.

Personal de salud, de limpieza, de barbijo y alma blanca. Batallones confinados en búnkeres de cruz roja que lo dan todo y mucho más porque la gente sobreviva al disparo vírico.

Maestros y maestras conforman un regimiento que demuestra su aplomo y lucha porque la tecnología recorte la carencia de contacto y porque el aprendizaje no decida tomarse vacaciones.

Cajeros de bancos y supermercados. Parte de nuestro pelotón sin chaleco antibalas que asegura que en nuestro refugio no falten las provisiones.

Recolectores de basura. Un escuadrón de importancia crucial que con su trabajo salvaguarda nuestra vida.

Fuerzas de seguridad en forma de brigadas, trabajando a destajo para que nadie se olvide de su resguardo y se exponga ante los ojos de la muerte.

Es lamentable para el enemigo que hayamos encontrado una solución rebuscando en nuestro pasado, en una de las mil ramas del árbol Historia.

Napoleón y Rusia se presentan ante nosotros.

La cuarentena es la única manera de ganar esta guerra de batallas perdidas. La gente unida es nuestro principal teatro de operaciones.

Dejaremos que sus soldados nanométricos patrullen cada calle, cada vereda, cada barrio. Desde el amparo de nuestros hogares conseguiremos que el tiempo y la desolación del paisaje jueguen su parte.

Su ejército no morirá, porque la historia también los respalda, pero encontraremos una manera de hacerle frente.

Pronto será el fin de la guerra desarmada.